Cuando viajo en colectivo, tiene lugar transformación asombrosa: ¡el embole del viaje me vuelve sociable!. No sólo soy capaz de ceder el asiento (aunque viaje lejos), sino que termino charlando con cualquiera.
Cuando venía sufriendo el 146 en hora pico, justo en el asiento de dos que mira al revés, una abuela me hizo un lugarcito para poder ponerme ahí parada y que nadie me aplastara al bajar del colectivo. Nos colgamos a charlar de lo que se habla siempre: viajar, hora pico bla bla bla... La mujer era una abuela de esas viejas pasitas de cuento: tez blanca, ojos grises, la carita herrrrrmosa y llena de arrugas. Betty es muy elegante: da gusto mirarla con su saco gris, su pantalon oscuro, sus botitas y sus uñas prolijamente pintadas...
Betty: - Vení nena, quedate acá que éste chofer maneja como el orto.
Yo: - Gracias. No puedo creer la furia de éste buen hombre cuando dobla... Recién me caí encima de la señora con el bebé, y le pegué con el bolso en la cara, pobre chico.
Betty: - ¡Nena no tenés que llevar tantas cosas en la cartera! ¡Después se te dobla la espalda y se te caen las tetas!
Yo: - Es que tengo la notebook en el bolso...
Betty: - ¡Con razón ese pendejo no para de gritar! ¡Le borraste la cara de un carterazo!
A lo largo de media hora de viaje, Betty no paró de hacer chistes sobre la relación que hay entre las carteras pesadas y las tetas. Según me dijo, con las carteras pesadas, las tetas se caen. Con las mochilas, se ponen firmes.
Betty: - ¿Así que vos tenés una computadora ahí en la cartera?... Me encantaría aprender computación, poder leer de todo, viajar sin moverme de mi casa... Se podría aprender tannnntas cosas con la Internet... Nena vos no enseñás, ¿no?.
La verdad que odio, ODIOOO enseñar computación. Y más a gente mayor, pero Betty me pudo, así que ahí nomás le di el número de mi celular para vernos en algún bar, tomar un cafecito y empezar a mostrarle un poco de qué se trata ésto de "la Interné".
Cuando vió que ya estaba llegando a su destino, se paró y me dejó su asiento; me hizo prometerle que no se lo iba a ceder a nadie y mucho menos a ninguna vieja chota (sic).
Se bajó del 146, como una reina que baja de su carruaje y se quedó saludándome desde la vereda.
Yo le sonreí, y cuando el colectivo arrancó, caí en cuenta de que Betty usaba bastón. Un hermoso baston de ébano lustrado, cuyo remate tenía forma... De pene.
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